Retratos por Mar Cueto Aller (4)



Capitulo IV
 
REGRESO AL PUEBLO

Cuando mi madre regresó al pueblo sintió en principio una inmensa alegría al ver que su padre y su hermano mayor seguían vivos. También vivían todas sus amigas y su querida prima Chelo. Aunque tras la euforia del primer momento enseguida llegó la desazón de ver que casi todas sus pertenencias habían sido robadas. Tanto los enseres de la casa como las cosas personales brillaban por su ausencia. Los juguetes, los libros, casi todo a excepción de los grandes y pesados muebles habían desaparecido. Incluso los grandes paquetes de cartas que mi abuela y mi madre guardaban ordenadamente. No solo las del hermano mayor de mi abuela que de casi todo el pueblo eran conocidas y codiciadas, sino que también las de Gijón de su hermana Balbina y las de su hermano y sus sobrinas de Llanes. Esto era lo que más le dolía a mi abuela: que después de haber compartido el placer de leer, las de su hermano capitán de un barco, con todas las conocidas del pueblo que tuviesen la osadía de robárselas.

Para la mayoría de las mujeres del pueblo el hermano mayor de mi abuela era como un héroe local. En realidad no se sabía si era el mayor o no, pues nació casi a la vez que su hermano gemelo con unos pocos minutos de diferencia, pero como era más atrevido y desenvuelto les parecía mayor. Los dos habían estudiado para capitanes de barco, siguiendo los pasos de su padre que había sido buzo, pero el que parecía más discreto prefirió quedarse en oficial para no tener que separarse de su hermano, pues en un barco solo puede haber un capitán. Y al supuestamente mayor le pareció genial pues así tenía un confidente a quien poder tratar con toda confianza y que le tuviese al tanto de todos los asuntos de la tripulación. Pues él tenía que guardar las distancias para que le temieran y respetaran sus subordinados. Ni siquiera podía permitirse demasiadas confianzas con sus oficiales salvo con su hermano en quien confiaba ciegamente. De ahí la razón de que en los días y noches de calma en sus largas travesías tuviese tanto tiempo para escribir a sus hermanos y en especial a mi abuela que era la más pequeña y su preferida. Ella le pedía permiso para leerlas a las mujeres del pueblo y el se lo daba pero siempre le escribía una hoja aparte con consejos personales que pudiese guardar y no airearlos ante las demás vecinas.

Los dos hermanos marineros se pasaban meses e incluso algunos años sin poder visitar a mi abuela y a mi madre. Pero cuando lo hacían era toda una fiesta. El capitán se desquitaba de todos los silencios que pasaba en el barco y era muy alegre. Y el oficial, le dejaba casi todo el protagonismo, pero les cantaba montones de canciones que cantaban los marineros y que con el tiempo mi madre nos las enseñó a sus hijos. La mayoría de las mujeres del pueblo se volvían un poco chifladas cuando veían llegar con su uniforme al capitán de marina y hasta se ofrecían para llevarle el equipaje. Él rechazaba su ofrecimiento pues no le parecía que aceptarlo fuese muy caballeroso. Pero lo hacía con tanta gracia que en lugar de enfadarse se lo tomaban como un halago. Resultaba curioso según me contaba mi madre ver como le seguían como perritos falderos. Estaban al acecho a ver si le veían salir de casa para ir al chigre, al barbero o a donde fuese y le abordaban sin miramientos acribillándole a preguntas.

-¡Madre de dios! Qué camisinas más guapes llevas. ¿Onde las compraste? Esa tela tan blanca y brillante nun se ve por aquí…
-Es de seda, me las hicieron a medida, en Singapur la última vez que estuve allí.
-Tien pinta de ser muy suave…Puedo tocar la tela…
-¡Bueno, anda, si te hace ilusión!
-¡Hay madre que cosa más fina! Nunca toqué nada más suave. Ni les muyeres lleven ropes tan suaves.
-Pues a mi hermana Luz y a mi sobrinilla Gelina les traje varias piezas de seda de tan buena calidad o mejor.
-Ya me parecía a mí que brillaben mucho. Pero nunca se me ocurrió tocarles.
-¿Puedo tocarla yo también?- decían por turno las otras mujeres presentes.
-¿Puedo yo también?-dijo tímidamente una mujer que tenía fama de no ser muy agraciada.
-¡Quita pa allá!-Dijo la más descarada de las mujeres-Con lo fea que yes tú no puedes tocar nada.
-¡Por supuesto que sí!-dijo el tío de mi madre-Y no les hagas caso cuando digan que eres fea. Lo que pasa es que tienes una belleza diferente.
-¿De verdad?-dijo la pobre mujer incrédula.
-¿Que va a ser verdad? -volvió a interceder la mujer descarada-. Ta tomandote el pelo. ¿No ves que tolos mozos dicen que yes más fea que pegar a un padre?
-¡Por Dios, no la hagas caso! Jamás le he tomado el pelo a ninguna mujer. Lo que pasa es que las personas que no han viajado ni tienen muchos conocimientos no saben ver la belleza de la gente. Afortunadamente los que hemos viajado por todo el mund
apreciar las diferentes clases de belleza y sobre todo la más oculta. La que pocos pueden ver.

Aquella mujer que siempre había estado acomplejada y vestía de negro y de alivio, como las mujeres mayores, para no llamar la atención. Solía ir siempre encogida y casi no se atrevía ni a hablar. Pero, después de oír al tío de mi madre a quien casi todos admiraban se volvió una mujer diferente, empezó a sonreír y a vestirse de colores, e incluso a ir a las fiestas con las demás jóvenes. En realidad no era ni fea ni guapa según me dijo mi madre, lo que pasaba era que medía más que muchos de los hombres del pueblo y no la perdonaban que les hiciese sentirse tan bajos a su lado. Además era muy delgada y aunque en el cine ya se empezaban a ver bellezas estilizadas al estilo de Lauren Bacall la mayoría de los hombres seguían prefiriendo las mujeres rellenitas o haciéndoselo creer por el hecho de rebasar su estatura.

Las cartas del capitán eran esperadas como agua de mayo por muchas mujeres en especial por aquella a la que supo librar de sus complejos que a partir de entonces siempre que podía iba a ver a mi abuela y la llevaba un ramo de flores de su jardín o manzanas del huerto o lo que tenía a mano. Mi abuela siempre la decía que no tenía que llevar nada y que su hermano solo mencionaba en sus cartas a la familia. Pero aún así la leía a veces las cartas igual que a otras vecinas. En ellas contaba historias fascinantes de otras culturas a la vez que describía fascinantes edificios. Cuando terminaba de describir el Taj Majal y la cuidad de Agra mencionaba la historia del Shah Jahan y su amada Arjumand Bans Begum. Si mencionaba los volcanes de México Popocatepetl y Iztacaccïhuatl contaba la historia del cacique Tllaxcalteras y el suicidio de su hija y su amante. Y si viajaba a Rusia además de describir sus fabulosas iglesias contaba las leyendas de los Romanov. O simplemente se limitaba a describir poéticamente el reflejo de la luna y de las estrellas sobre la mar. También me contó mi madre que a veces contaba las leyendas en que estaban basadas las constelaciones. En una época en que aún no se había inventado la televisión, no es de extrañar que la gente disfrutase tanto al oír sus cartas y estuviesen pendientes de la cartera para saber si había carta para mi abuela.

-¿Vino carta para Luz?-decía una vecina a la cartera.
-¡Tú pregunta si hay carta para ti! Para Luz ya se lo diré a ella.
-¡Va, no seas así! Que seguro que tú lo estas deseando igual que yo.¿Quien hay en tol pueblu que reciba cartas como ella?