Homenaje a Agatha Christie por Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán
VILLA DOROTEA
(Una casa en la
montaña)
I
Finalizadas las obras en la casita de la montaña,
Carolina se dispuso a realizar el traslado.
La había dotado de todo lo que para ella era
necesario: una buena biblioteca, música escogida, televisión, aunque pensaba
dedicar la mayor parte del tiempo a su gran pasión: escribir cuentos, relatos y
poesía.
También había llevado su ordenador portátil, testigo
de sus dudas, humor o desesperación, que dejaba traslucir en su obra.
La casa, en recuerdo de sus antepasados, se llama Villa Dorotea. Está situada en plena montaña, en una zona solitaria, rodeada de pinos y
eucaliptos, con un pequeño jardín a donde, cuando luce el sol, se traslada con
una hamaca. Allí, con el rumor de las hojas de los árboles al moverse, y la
contemplación de las nubes paseando por el cielo, busca esa musa para escribir
sus relatos, que a veces se le muestra reticente, y no la deja ni tan siquiera
hilar dos palabras.
Desde el porche puede contemplar el valle
donde se encuentra el pueblito más cercano, Cantarón, a donde acude con su
viejo y renqueante coche hasta el colmado, para aprovisionarse de cuanto
precisa y enterarse de los chismorreos del pueblo que, siempre dispuesta a ello
y con mucho misterio, le comunica su parlanchina dueña.
Así se enteró de un crimen macabro ocurrido años
atrás, cuando apareció en la montaña el cuerpo sin vida de un vecino del
pueblo, con un fuerte golpe en la cabeza, atravesado su cuerpo por varios palos
y escondido entre los arbustos.
En un principio no resultó fácil descubrir al
culpable. El fallecido, Raúl, debido a su mal carácter, tenía continuas
amenazas y enfrentamientos con sus vecinos, por lo que cualquiera de ellos
podría haber cometido el crimen.
Sin embargo, tras múltiples investigaciones sobre el
comportamiento de los lugareños, la Guardia Civil se centró en la vida y los
movimientos de Fulgencio. Se conocía la hostilidad que existía entre él y Raúl
por las lindes de sus fincas y un riachuelo que las atraviesa, al cual ambos se
creían con derecho absoluto.
El presunto autor de los hechos permaneció en el
pueblo durante algún tiempo, desapareciendo cuando se le fue cerrando el cerco
de las pesquisas, pero la Guardia Civil, que lo tenía bien fichado por otros
delitos cometidos, logró dar con su paradero. Más tarde se supo que se había
vuelto loco, suicidándose en la celda de la cárcel donde estaba encerrado.
En ocasiones, al atardecer, si el tiempo era
despejado, Carolina tomaba la bicicleta y se llegaba hasta el bar del pueblo
para conversar con las gentes del lugar. Allí se reunía con el médico, el
maestro y el cura, que hacían partidas de ajedrez y mus, y formaban animadas
tertulias literarias y políticas.
Pensaba que no necesitaba nada, ni a nadie. Le parecía
que todo estaba según lo había soñado y se encontraba satisfecha y optimista.
Solía madrugar para contemplar el
colorido del amanecer con la salida del sol; abría las ventanas de par en par y
gritaba a modo de saludo:
- Ciaoooooooo.
Y escuchaba el eco de las montañas con un:
- Ciaoooo, ciaooo, ciao…, cada vez más lejano.
Cuando la niebla cubre el valle o se forma un mar de
nubes desaparece el pueblo, sobresaliendo airosa la montaña bañada por el sol.
En todo momento goza de la presencia de su perrita
Chispa, de raza setter irlandés color rojo, lista como un rayo. Con solo pensar
que saldrán de paseo, ella lo intuye y se pone en marcha, saltando gozosa hasta
la puerta.
Había contratado a Rogelia, una muchacha joven para
que la ayudara en los quehaceres de la casa.
Entre las dos prepararon canapés, croquetas,
empanadillas, distintos patés, quesos, y para terminar arroz con leche,
tocinillo de cielo y fruta variada.
De bebida tenía un buen vino, cerveza y refrescos, o
agua que brotaba de una roca cercana.
Aquel fin de semana había convidado, para la
inauguración de su hogar, a varios amigos de la ciudad y algunos conocidos del
pueblo, además del párroco al que solicitó bendijera la estancia y alejara de
allí los malos espíritus.
A las siete de la tarde comenzaron a llegar los
invitados, siendo el último el Padre Epifanio que, para justificar su tardanza,
siempre se respalda en sus múltiples ocupaciones.
En total se reunieron 18 personas.
Durante la velada alguien le preguntó:
-¿Por qué tanta soledad?
- Ya he danzado bastante por el mundo, les dijo, he
conocido muchos países, asistido a representaciones de teatro, óperas y
conciertos, y ahora ha llegado el momento que necesitaba para apartarme de la
ciudad y hurgar en mi interior.
La reunión fue animada, alargándose hasta bien entrada
la noche.
Algunos de los asistentes se quedaron a pernoctar en
la casa. Tenían pensado, para el día siguiente, subir hasta lo alto de la
montaña, desde donde se puede disfrutar con la belleza de otros valles y
contemplar el mar en lontananza.
Una vez se quedaron solas, Carolina y Rogelia
recogieron y ordenaron todo, dejando incluso preparado un consistente desayuno
para cuando se levantaran.
II
El día amaneció con una ligera neblina
que se fue desvaneciendo y un sol espléndido les acompañó durante toda la
jornada.
Habían preparado un pequeño tentempié
para el camino y pensaban almorzar en un restaurante al otro lado de la
cordillera.
Iniciaron la marcha andando a media ladera por un
estrecho sendero que, paso a paso, les condujo hasta la cima.
-¡Qué belleza! -manifestaron sus amigos-. Ahora
empezamos a comprender tu decisión de dejar la ciudad. Esto es un paraíso, un
verdadero regalo para la vista y para el espíritu.
- Yo sabía que no quedaríais defraudados, dijo
Carolina.
Pasaron un magnífico día comentando anécdotas de otros
tiempos.
El regreso lo hicieron por otro camino. Iban despacio,
canturreando; de pronto vieron que Chispa, la perrita, echaba a correr ladrando
fuertemente y deteniéndose debajo de un árbol. Al llegar allí se encontraron un
niñito, recién nacido porque aún nadie lo había limpiado, envuelto en una
toalla color amarillo y una mañanita morada. Parecía extenuado de tanto llorar.
Buscaron por los alrededores intentando localizar a la madre de la criatura,
sin resultado. Seguramente se hallaría escondida entre los arbustos o grandes
rocas esparcidas por la pradería.
Recogieron
al niño que pronto reaccionó con su llanto. Les apetecía quedárselo al verlo
tan hermoso, pero reflexionaron y lo llevaron directamente al cuartelillo que
hay en el pueblo desde donde avisaron al médico para que lo examinara y fuera entregado, por exigencia de la Ley,
al Tribunal Tutelar de Menores.
Después de tanto revuelo volvieron a casa y, luego de
tomar un refrigerio, el resto de los invitados retornaron a sus hogares.
En los días siguientes hubo gran conmoción
en el pueblo. Todos daban su opinión sobre la aparición del bebé.
Pepita, la dueña del colmado, aseguraba
que el niño era de Felisa, una joven que hacía poco había llegado al pueblo,
intentando disimular su preñez bajo amplias túnicas. Era reservada, no
entablaba conversación con nadie y últimamente no se la veía. Seguro que era de
ella, repetía.
III
Con los sucesos pasados, y la marcha de sus amigos,
Carolina se hallaba con sentimientos que luchaban en su mente. Estaba
dubitativa. Por un lado se sentía relajada disfrutando del silencio y de la
dulzura de la soledad buscada; y de otro le faltaba aquel bullicio de los
últimos días. Se preguntaba cuál de los dos vencería.
Con estos pensamientos se quedó dormida
en la butaca, acudiendo a sus sueños lejanos recuerdos ya olvidados; proyectos
que no había podido cumplir y que ahora revivía, como aquel viaje con su amigo
Pablo que nunca pudieron realizar.
Pasadas unas fechas, cuando se encontraba
arreglando su pequeño jardín, quitando las flores secas, las malas hierbas y
recortando el césped, escuchó el ruido de abrirse la portilla y una voz muy
conocida que la llamaba. Era Guti, que regresaba de un viaje y le apeteció
parar para saludarla.
- ¿Por qué no te quedas?, le dice.
El duda pero al fin accede a acompañarla dos o tres
días.
Aprovechan para acercarse a la costa para
ver el mar bravío chocar contra los acantilados y, con la marea alta, la salida
a presión del agua del mar por los bufones, como si fueran géiseres. Es
precioso, en un día soleado como aquél, contemplar la naturaleza.
Transcurridos tres días, otra vez sola
-se dice-. Pero, ¿no es esto lo que tanto deseaba…?
Se propone hacer una planificación que la
obligue a realizar cada día todo aquello que había pensado y que, por pereza,
estaba dejando a un lado: escribir, ver óperas en el DVD, escuchar conciertos…
Por las mañanas atendería el jardín, daría paseos acompañada de Chispa, y las
tardes, relajadamente, las ocuparía en los otros proyectos. Y dice en alto:
- ¡Lo cumpliré! ¡Y seré feliz!
Oviedo,
18 de Mayo de 2012.
Mª Ignacia Caso de los Cobos Galán.