Relato de Ciencia Ficción por Manuel Ángel Ortíz Martínez


EL TIEMPO


El tiempo, como lo conocemos en la Tierra, no existe. La cuarta variable de la teoría de la mecánica cuántica carece de sentido.

Nada puede viajar a mayor velocidad que la luz. Ésa es una regla inamovible del Universo. Ni siquiera podemos “engañar” al cosmos viajando en una hipotética máquina que se mueva a velocidades muy próximas a la luz y correr dentro de ella. En este mundo material, regido por leyes cuánticas, existen las paradojas.

Pero, ¿y si nos sumergimos en el mundo inmaterial, en la antimateria?

Aquí nuestras leyes no funcionan y la temporalidad no existe. Todo está conectado de forma inmaterial. Todo son vibraciones. Vibraciones que se diferencian según la longitud de onda. Esto que existe en nuestro mundo material también existe en el espiritual. La dualidad onda-corpúsculo de la mecánica cuántica tiene su paralelismo correspondiente en la materia-antimateria. Al fin y al cabo, todo es una variación en la longitud de onda.

Cada día, Manuel Ángel enseñaba en la cátedra de física aplicada de la Universidad Complutense de Madrid los últimos estudios publicados en las prestigiosas revistas científicas sobre la formación del Universo, la Teoría de Cuerdas y la existencia de Dios.

El último libro publicado del prestigioso físico español versaba sobre los viajes a través del tiempo usando los agujeros de gusano.

Pero ese día Manuel Ángel no asistió a su clase. Esta circunstancia era totalmente extraña en él pues jamás había faltado ni un solo día a su puesto de trabajo.

Manuel Ángel se levantó bien temprano. Se duchó y se preparó para desayunar. Pero había algo diferente en esa rutina. Nada era igual al día anterior. ¡Qué raro!

Una leve brisa le susurró en la cara y se giró hacia la ventana. Allí, como en una inmensa pizarra, le aparecieron todos los secretos del Universo. No tenían absolutamente nada que ver sus explicaciones en la facultad de físicas con la ingente cantidad de datos que aparecían ante sus ojos. Fórmulas totalmente desconocidas para él y signos que jamás hubiera podido imaginar.

Todo estaba escrito en formato incomprensible para cualquier humano. Pero no hacía falta comprender nada. Todo se mostraba con absoluta naturalidad porque él ya no era cuerpo. Era una forma indeterminada. Finita e infinita a la vez. Formaba parte de una nueva identidad. Todo era antimateria y vibración.

Una descomunal cantidad de luz y color se dibujaba ante sus ojos inmateriales. Se respiraba un estado de infinita paz. La música sonaba en un infinito pentagrama donde las notas bailaban suavemente en compases armoniosos. Se podría definir ese momento como la felicidad absoluta.

Todos los secretos del mundo desconocido se encontraban frente a él. Y Manuel Ángel formaba parte de ese todo. En esas fórmulas se decía que el mundo era infinito y se demostraba la existencia de infinitos mundos paralelos. Eso tenía sentido, pues ya Einstein afirmó que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Se deducía que todo es energía. Y también eso tenía sentido al variar la energía según la longitud de onda. Luego las dualidades se cumplían también en el universo inmaterial. Y esto también era lo que Platón denominaba el “mundo de las ideas”.

Pero igual que Manuel Ángel se encontraba en ese estado inmaterial, ¿podría haber otros “cuerpos” en el mismo estado? Si esto fuera así, se podría suponer que todos pasamos de la materia a la no-materia, es decir, de lo material a lo espiritual. Y eso significaría que habría vida después de la muerte del cuerpo físico.

Pero éstas y otras cuestiones se abordarían en la clase de mañana…


Manuel Ángel
Madrid, 26-3-13