Pareja de baile 2015 por Luis Parreño Gutiérrez


LA GAVILLA DE ARRUFE (II)

La habitación estaba en penumbra. El sol de la mañana hería los clareos del ventanal que daba al patio central de la casona, como si el filo de un puñal los atravesara. Tras el empacho de comida y bebida de la noche anterior, el silencio se había adueñado de todo. Apenas se oía el canto de los pájaros de la arboleda exterior.
Los hombres de la gavilla comenzaban a moverse lentamente y algunos se aseaban en la alberca central, ahora salpicada de sarmientos tras la explosión del día anterior.  Arrufe se desperezaba entre las  ropas aún calientes de la cama que había compartido con una de las mujeres de la casa.
La lucha fue corta, tan corta que ni siquiera fue tal. Al verse sorprendidos por la explosión y por el jinete que saltó el muro, los ánimos se vinieron abajo y al mismo tiempo, las armas fueron depositadas en el suelo.
Uno a uno los mozos fueron maniatados y encerrados en una de las dependencias que servían como cobijo a las caballerías. Incluso el pequeño que dio la voz de alarma fue encerrado junto con los mayores, sin atender a los ruegos de su madre, sirvienta en la casa, que alegaba en su defensa su corta edad.
No fue tan niño cuando alertó a todos, de modo que bien atado está; había sentenciado Arrufe y su palabra era ley para aquella tropa de desaliñados y famélicos bandidos.
Durante el día, el caserón parecía un remanso de paz. Los hombres se dedicaban a registrar todo aquello que encontraban a su paso. La loza rota esparcida por el suelo dificultaba el caminar por la cocina, centro de operaciones de la casa.
En la cocina, las mujeres preparaban alimentos para la gente de la gavilla y temían que el empacho de comida y el exceso de libaciones de vino, trajeran aún peores consecuencias para ellas.
De pronto se escuchó un disparo y uno de los hombres que vigilaba el exterior de la hacienda gritó:
-¡Los civiles! ¡Viene la Guardia Civil! 

Luis Parreño Gutiérrez