Homenaje a Leopoldo Alas Clarín por Pepa Rubio Bardón


LA DONNA E INMOBILE


   Aquí estoy, a la intemperie, soportando este invierno gélido e interminable. En actitud de marcha y sin embargo inmóvil .Mis pesadas ropas me impiden avanzar. He cambiado la seda, el brocado y el terciopelo por el bronce que además de no ser  nada confortable, pesa como una losa. Mis enaguas ya no crujen y el miriñaque no se bambolea. El tocado es bonito pero incómodo y me obliga a bajar la cabeza, lo que me procura un aire de timidez e indecisión. A pesar de los mitones, mis manos están heladas y la limosnera y el misal son un estorbo.
   Menos mal que me han buscado el mejor emplazamiento. El más bello rincón de la ciudad, esta plaza de la catedral que he  recorrido mil veces, con estados de ánimo bien diferentes: ilusionada o decepcionada, alegre o triste, exultante o deprimida. Mi vida ha sido un permanente torbellino. He ido de un extremo al otro como el péndulo de un reloj.
   Desde aquí observo a las gentes que por uno u otro motivo se acercan a este lugar. Unos a paso ligero, los más despacio, algunos incluso toman asiento en los bancos colocados al efecto y disfrutan de la intensa belleza que proporciona la contemplación  del entorno. La piedra, de formas austeras y sencillas de los palacios circundantes, tiene su contrapunto en la catedral que sirve de fondo a la plaza. Vertical y voluptuosa, con numerosas cresterías que hacen de su única torre, una de las más bellas del Gótico español. Sus muros fueron con frecuencia  mi refugio y el confesionario del Magistral un faro que no siempre me ofreció la referencia indispensable para llegar a puerto.
   Luces y sombras, altibajos emocionales que siempre marcaron mi existencia.
La vida ha sido cicatera conmigo. Me hurtó el calor y los besos de una madre, me otorgó una educación contradictoria, causa de mi desconcierto y desequilibrio.
  Cuántos recuerdos se agolpan en mi pesada cabeza. Tienen que ver con los más de los años en los que mi vida y la de Vetusta fueron una.
   Siempre persiguiendo una esquiva felicidad que jugaba al escondite y se esfumaba  en cada esquina, cuando parecía que estaba al alcance de la mano.
   Una boda a la desesperada, huérfana de amor, hizo que mis sueños juveniles dieran paso a una realidad marcada por la desazón y el fracaso.
   Mi belleza rompedora, mi porte gentil, mi aspecto de gran dama, provocaron admiración y envidia a partes iguales.
  Fui un juguete roto, un barco a la deriva. La depresión, el misticismo y el libertinaje no me fueron ajenos. Influenciable, víctima de cuantos me rodearon y causante del dolor de mi marido, el gran perdedor en esta historia.
   Me han colocado de espaldas a la catedral. Me gustaría tenerla de frente. Quizás un   día cualquiera, su puerta se abra y quien la traspase sea el Magistral. No quisiera perderme  ese momento. Si alguien decide esculpir su figura, por favor, que la sitúen junto a la mía.
   Sigue haciendo un frío polar y llueve copiosamente. Menos mal que el bronce es impermeable. 
¡Qué insolente! Una paloma acaba de convertirse en un elemento más de mi ya barroco tocado.



Pepa Rubio Bardón