Homenaje a Soledad Puértolas por Mª Ignacia Caso


Recuerdos de Mi abuela
     A pesar de su avanzada edad su andar era ligero. Subía y bajaba aquellas escaleras de su casa como si volara. Le encantaba tener a toda la familia a su alrededor, grandes y pequeños. Su casa casi parecía un hotel.
     Tenía un carácter sereno, que reflejaba en su bonita cara adornada con un fino pelo blanco, ahuecado con ondas en su parte alta y recogido con un sencillo moño en la nuca.
     Sus vestidos eran siempre negros, con una tirilla blanca en el cuello. En ese color guardaba, callada, todas sus penas que no dejaba traslucir.
     Aún cerca de los 90 años, con su privilegiada mente, sabía escuchar y aconsejar con acierto a sus queridos nietos, de los que era tutora, por haber quedado éstos huérfanos a muy temprana edad.
     Por las tardes se la podía ver en su cuartito de estar haciendo alguna labor con aquellas manos deformadas por el reuma. Nunca se le escuchó quejarse; a veces cerraba los ojos y las apretaba sin decir palabra. Y, en el verano, estaba en la pradería a la sombra de un árbol, o en aquel bonito porche, de azulejos andaluces, presidido por una Virgen de Covadonga, siempre acompañada de un jarrón colgado con claveles turcos amarillos, hortensias malva, o dalias de distintas tonalidades, procedentes del jardín por donde frecuentemente paseaba.
     Por la noche rezaba el Rosario a la Virgen, al que acudían todos los habitantes de la casa, con regocijo de los pequeños que, en ocasiones, veían las cabezadas que, como consecuencia del sueño, daban alguno de los asistentes.
     Nunca se le escuchó reñir. Decía que no es preciso gritar para decir cada cosa en su momento.
     Preparaba la lista de todo lo que precisaban comprar cada día, y repasaba con la asistenta las cuentas de todos los gastos.
     En aquel entonces pasaban por la casa personas de aldeas cercanas ofreciendo los productos de sus tierras. Siempre conversaba con ellos, así como con los pobres que, asiduamente, acudían: El Gaviotu, El Camberrio, La Gallega…
     Cuando se fue lo hizo silenciosamente, con paz, como había vivido, dejando a su alrededor un tremendo vacío muy difícil de llenar.