Homenaje a Charles Dickens por Ana Domingo Martínez



GRANDES ESPERANZAS


Ahora sí.  Ya he tomado la decisión final de mi vida.  No hay marcha atrás.

Todas mis pocas pertenencias, tangibles e intangibles, las deposito con esmero en una maleta.   En ella guardo sobre todo, una foto del álbum familiar, en la que aparecemos mi marido, mi hijo y yo.  Me acompañará hasta mis últimos días para no sentir tanto la soledad.  Y tampoco puede faltar el frasco lleno de “besos y abrazos” que me regaló mi hijo con tan solo siete años.

Con una sola maleta es suficiente. Casi no pesa.  Mejor, porque así podré transportarla sin problemas.

Antes de cerrar la puerta para siempre, sin soltar la manilla, vuelvo la vista atrás y observo mi casa con los ojos cerrados.  Me invaden recuerdos, casi sesenta años de vivencias. No se pueden olvidar; ni momentos agradables, ni desapacibles.

Esto es lo que no tengo que hacer, detenerme.  Fuera la melancolía, la tristeza, la desazón…  Hay que seguir adelante, con la cabeza bien alta y disfrutar quizá, de la poca vida que me quede ya.  Pero eso sí, con mis 76 años, viuda desde hace casi veinte años, voy a dar la nota.   Nunca lo hice y no me muero sin cumplir con mi promesa.   Ya que mi pobre marido no pudo disfrutarlo, ahora me toca a mí.

No estoy muy segura de haber cogido algo. Reviso en mi maleta y sí, efectivamente está ahí. Ahora lo guardo en el bolso, es mejor así, más a mano.   Me falla mucho la memoria.  Tendré que hacer las cosas despacio y pensando bien lo que hago.   

Hace buen día.  Voy andando, me apetece, a pesar de llevar conmigo la maleta, me la cambio de mano.

Me paro ante el escaparate de una pastelería, es también una cafetería.  ¡Qué suerte la mía! No me lo pienso dos veces.

-Un café con leche y una torrija, por favor.   Y tres más para llevar.

¡Divina, estaba divina y qué a gusto me la he comido! 

Ahora me voy a regalar una cala preciosa que veo en esa pequeña floristería. 

Me siento una mujer muy afortunada por los dos placeres ante mí, el buen sabor de boca que me ha dejado la torrija y el olor que desprende la cala.

Ahora chispea, ¡vaya por Dios, se me olvidó el paraguas, ya sabía yo! Ahora no voy a regresar, desde luego.

Ya he llegado al destino.   

-¡Qué grande, qué majestuoso! Ni en las películas sale tan impresionante.

Tengo mucha ilusión, pero a la vez estoy aterrada.  Voy a emprender una aventura un poco arriesgada y más yendo sola.



-¡Estás loca, mamá!- me decía mi hijo la semana pasada cuando le conté mi determinación.   Le pude convencer poco a poco y reconoció al final, con la cabeza agachada y con lágrimas, que tenía razón, que lo importante era que fuese feliz.

No quiero hacer mal a nadie y menos a mi hijo, por supuesto.   Estoy sola y no quiero ser una carga para él. Yo ya viví y ahora él tiene que disfrutar de su vida.  Me despedí ese día con una gran sonrisa acompañada de un abrazo, sabiendo que quizá sería la última vez que le viese, que le tocase.   No quise transmitirle mi pena.



Abro el bolso para sacar el billete.   Toda nerviosa, se lo entrego al personal de la ventanilla en la sala de embarque del puerto de Barcelona. 

Agarrada en la barandilla del barco, en el piso más alto, divisando todo el paisaje, el mar tranquilo por ahora, me sentía como la chica esa de la película “Titanic”, pero sin haber sufrido un tropezón al estrenar la escalinata dichosa.   

Esto es una locura, pero estoy ansiosa de poder realizar un crucero por fin. 

Sé que estaré bien atendida, disponen de médico.  Me darán de comer tantas veces como tenga hambre. Habrá varias actividades, como bailes, juegos, concursos, ….   Vamos, que no me voy a aburrir.

-¿No es esto mejor que una residencia?




Frases célebres de Charles Dickens:
“Hay siempre en el alma humana una pasión por ir a la caza de algo”
“El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”
“Cada fracaso nos enseña algo que necesitamos aprender”

Ana Domingo