Doce cuentos para trece meses por Mar Cueto Aller


LOS TRES CERDITOS- VERSIÓN MAR

Aunque eran muy diferentes resultaban inseparables de niños. Gisela, era la rebelde, siempre buscando causas que defender y motivos para protestar. Michel, el salvaje, poseía un morboso encanto pese a su manía de destripar cuantos animales muertos apareciesen en su camino. Paul parecía el más sensato, siempre dispuesto a frenar en los excesos a sus dos amigos, sin dejar de participar en todas sus correrías.

Nunca supieron ¿quién? o ¿por qué les pusieron aquel mote? Quizás por su manía de tirar las cascaras de pipas escupiéndolas al suelo. O por la forma con que escandalizaba Gisela, cuando la llamaban marimacho, simulando que los dos niños eran sus novios y que los besaba apasionadamente a ambos a la vez. Lo cierto es que en principio les molestaba y solían protestar, pero luego se acostumbraron y hasta se reían. Ella sabía que si la llamaban así solía ser por envidia, pues era la única niña del barrio que se pasaba casi todo el día en la calle. Porque, aunque llevase pantalón vaquero y playeros, su carita de buena con facciones armoniosas hacían que se la viese más femenina que a cualquiera de las otras niñas que se pasaban el día jugando a las muñecas con sus vestidos y ayudando a sus mamás.

En cuanto alcanzaron la mayoría de edad, Gisela fue la primera en independizarse, dejando desolados a sus dos inseparables amigos. Había heredado de su abuela un terreno en el pueblo y deseaba hacerse una casa ecológica de balas de paja. A Paul, que estudiaba arquitectura, le pareció una temeridad e intentó disuadirla como pudo ayudado de Michel, pero resultó imposible.

-Estás chiflada. ¿Cómo vas a construir una casa de paja? Es una locura por mucho que en Canadá lleven años construyendo así. Allí no hay tanta humedad como aquí.
-Pues yo ya he estado en una casa de balas de paja cuando estuve de vacaciones y son estupendas. Muy cálidas en invierno y muy fresquitas en verano. Además se construyen muy rápidamente y son económicas.
-¿Y qué pasa con nosotros?-Dijo Michel-ya no te importamos nada...
-¡Oh, vamos! Podéis ir a verme cuando queráis.

Durante unos años Gisela se dedicó a fabricar mermeladas en su curiosa casa. Las vendía en las tiendas y en los mercadillos felizmente y en su tiempo libre denunciaba lo perjudiciales que eran para la salud los aditivos y conservantes artificiales, como el glutamato mono sódico, que suelen poseer los productos manufacturados. Así se fue ganado la enemistad de varios fabricantes que intentaron boicotear sus productos naturales. No lo consiguieron, pues también supo ganarse el cariño y el apoyo de muchos consumidores que apreciaban sus creaciones. Pero hartos de observar cómo cada vez iba denunciando e informando de los peligros del consumo industrial con más efectividad decidieron quitarla de en medio. Infectaron su casa con unas bacterias que se infiltraron entre la paja y avisaron a sanidad para que la multasen por fabricar productos alimenticios en un ambiente insalubre.

Cuando Gisela fue consciente del problema que tenía en su casa pidió ayuda a sus amistades e intentó solucionar el problema. Pero cuando vio que venían de sanidad comprendió que la única solución sería refugiarse en otro lugar que no estuviese contaminado y demostrar que era allí donde ella hacía sus mermeladas. Salió por la puerta de atrás a toda velocidad y se fue en coche a casa de Michel para evitar la multa que podrían ponerle y que la arruinaría totalmente.

Michel se puso muy contento al verla y accedió encantado a tenerla de inquilina todo el tiempo que ella quisiese, incluidas sus frutas y sus tarros de mermelada. Él ahora era guarda forestal y vivía en una cabaña que el mismo Paul le había construido. En principio había insistido en que lo único que quería era una cabaña de troncos, de forma rectangular, con una puerta y una ventana. Sin adornos ni complicaciones. Pero a Paul le pareció que eso era poco cómodo y agradable.

-No puedo hacer eso que me pides. Si lo viese Gisela, a ella, no le gustaría. Déjame que te haga un cuarto de baño y una cocina y que te adorne la casa con un porsche y unas ventanas arqueadas. Si no, ella me mataría al ver una cabaña tan cutre.
-¡Pero ella no está! Aunque, bien pensado, quizás tengas razón. Haz algo que pueda gustarle, por si un día deja su casa de paja y se decide a venir.

Ahora, Michel se alegraba de haber hecho caso a Paul y de que su casa le resultase tan grata a Gisela. Quienes no se alegraron tanto fueron sus amigas y conocidas. Algunas de ellas pese a que él nunca las había engañado ni les había dado falsas esperanzas. Albergaban la idea de que algún día sentase la cabeza y las eligiese de eterna compañera.

Quizás por esa razón, una de ellas, enloquecida al ver lo contento que se le veía últimamente y cómo se truncaban sus ilusiones decidió poner fin a su idilio y le contaminó toda la casa con unas terribles y devoradoras termitas. La felicidad y el encanto que les envolvían desde que se habían vuelto a reencontrar les impidió percatarse de la catástrofe que se les venía encima hasta que no les quedó más remedio. Cuando vieron que las vigas se les venían encima tuvieron que salir a gatas como pudieron y huir corriendo en el todoterreno en dirección a la casa de Paul.

Al reunirse de nuevo los tres amigos su alegría era inmensa. La casa de Paul era bastante grande y bonita. Tenía todas las comodidades que pudiesen desear y el buen humor les reconfortó a todos.

-Aquí tenéis vuestra casa-dijo Paul-y nada me alegraría más que el que os quedaseis conmigo para siempre. Os he echado mucho de menos y no he vuelto a encontrar a nadie con quien me sienta tan bien como con vosotros.
-Es estupendo que volvamos a estar los tres juntos-comentó Gisela-.Y ya que no te molesta tener a dos ocupas yo estoy dispuesta a hacer aquí mis mermeladas, si me lo permites.
-¡Pues, claro que te lo permite!-dijo Michel-.Nos necesita para que le compliquemos un poco la vida. De ahora en adelante, nada ni nadie podrá separarnos.


 MAR CUETO ALLER