Cajón de Sastre por Mara (II)

El Presidente


La ciudad exterior me atosiga. No soporto los túneles de colores chillones por los que nos impulsamos para ir de aquí para allá. Tampoco a los tipos que se colocan en el círculo contiguo al tuyo,  se aflojan la corbata, se pasan el pañuelo por la frente;  te miran y dicen: “Hace calor, ¿eh?”, cuando en realidad piensan: “¿Fallará? ¿Explotaré?”. Y acomodan la mirada sobre  las vistosas paredes rechazando la idea de que las pintaron así para disimular restos de sangre humana.
Yo no tengo sangre, pero esos tipos que me están observando no podrían notarlo a simple vista. Aparento cuarenta años desde hace cien; mido metro ochenta. Tengo el pelo rubio, ondulado; hoy lo llevo recogido en una coleta. Cara cuadrada, frente amplia, nariz larga y recta, mentón bien definido. Llevo un traje gris claro, una camisa rosa oscura y una corbata estampada. Zapatos y portafolios negros. Pero, si el círculo de  impulsión  fallara y mi cuerpo reventara, enseguida se darían cuenta de que soy un “trans”: Mi corrosiva savia abriría cientos de pequeños boquetes en el túnel, que se contaminaría por el aire azufrado... Ellos se asfixiarían y  miles de bacterias recorrerían las galerías destruyendo “homo sapiens”.
Eso ya me pasó una vez, hace ciento cincuenta años Z. Oficialmente dijeron que las tuberías habían sido atravesadas por fragmentos de un meteorito, fenómeno que en la atmósfera de este planeta es altamente improbable. Los humanos lo creyeron. Con su habitual morbosidad por lo escatológico, han vivido desde entonces con miedo a que vuelva a ocurrir. Y van a tener razón.
La realidad fue muy distinta: Un fallo mecánico hizo que  mi cuerpo explotara en un túnel;  una epidemia de virus mató a miles de humanos. El Presidente 247 desapareció.
El nuevo gobierno prohibió a los trans salir de la ciudad interior.  “Es una especie demasiado reciente, algunos de sus individuos se adaptan mal a la luz y se vuelven inestables. Hay que  modificar sus genes para controlar sus tendencias agresivas”,  dijo el Gobierno a los humanos para justificar el apartarnos de los túneles. Ellos estuvieron inmediatamente de acuerdo. Se trasladaron todas las factorías a la ciudad interior. Así no teníamos que pisar sus calles iluminadas por los dos soles de Z.
Para controlar nuestros movimientos nos pusieron una placa bajo la piel del antebrazo izquierdo, casi a la altura de la muñeca. No sirve para nada, es sencillo quitarla con una simple cuchilla; no sentimos lo que ellos llaman dolor. Luego, después de habernos movido a nuestro antojo por la ciudad exterior, nos levantamos la piel,  recolocamos la placa y  nuestra epidermis se cierra de inmediato sobre la herida, sin dejar cicatriz.
Somos un logro de la ingeniería genética humana, de cuando aún no habían destruido la tierra: Un cruce entre células vegetales y animales con circuitos inteligentes. Apariencia externa de humanos varones. Proyectados como raza de trabajo. Duración media por individuo, cincuenta años.  Adaptables a condiciones extremas. Consumo mínimo de luz y agua.
Pero,  ellos no saben que hemos evolucionado. Idiotas. Cuando se contaminaron los túneles, las mismas bacterias que mataban a los humanos mutaron nuestros genes. Desde entonces, la información de cualquiera de nuestras células permite la réplica completa de un individuo de forma casi inmediata. Sólo es necesaria una balsa de lípidos. Al cabo de un rato puedes tener uno, diez o mil individuos iguales, con idéntica información, con idénticas tendencias reactivas. Conectados entre sí como la hidra de siete cabezas.
Nos seguimos moviendo a nuestro antojo por su ciudad exterior, pese a la orden de dispararnos ondas a muerte, meramente por estar allí. Tal es el desprecio que nos tienen. Desconocen que la única forma de acabar con nosotros es quemándonos. Las ondas de sus armas no nos destruyen. Las explosiones, tampoco. Buena prueba de ello es que  hoy, entre   las  cuatro horas treinta y  las cuatro horas treinta y cuatro,  voy a volar el túnel central al paso del Presidente 250, mi último sucesor durante  estos ciento cincuenta años.
Pero esta vez no explotaré por accidente. Ya es hora de que tome el gobierno de nuevo.