Cajón de Sastre por Mª Evelia

¡A LA MESA!


Se sentía joven. Su edad, el secreto más celosamente guardado. Todos la veían estupenda. Gozaba de una salud aparentemente envidiable. Vivía centrada en sí  misma, nada le producía más satisfacción que saberse envidiada por miles de mujeres vulgares desde las revistas a las que se asomaba con vacía asiduidad. Su marido había sido un científico de alto nivel en una magnífica universidad de USA. Un año antes, de modo inesperado, un infarto fulminante se lo había llevado y ella había empezado a disfrutar un protagonismo que se le había negado hasta entonces y la había embriagado como un vino de Borgoña. Saboreaba con lentitud esa fama inesperada, fructífera, que le llegaba para acompañarla en su soledad y había decidido consagrarse a ella en exclusiva. Lo que recibía por exhibirse en los más diversos ambientes iba directo a secretos tratamientos que le prometían una eterna juventud, un cuerpo de bailarina, el cutis de una jovencita y hasta ahora estaban funcionando a su satisfacción.
Aquella mañana de viernes, cuando el sol caldeaba el ambiente, escuchó el timbre y abrió la puerta, pero no vio a nadie. En el suelo, adornada con papel brillante y un precioso lazo rojo, había una caja. La tarjeta que la acompañaba decía: “Soy tu más ferviente y discreto admirador. Acéptalo y disfrútalo”. La firma era ilegible.
Depositó el regalo sobre la mesa y comenzó a desatarlo sin prisa, buscando entre sus conocidos quién podía haber descubierto la fecha de su cumpleaños. ¿Sería acaso Miguel, el vecino de puerta, que siempre la miraba con ojos golositos? ¿O Gabi, el fotógrafo con el que había tonteado a veces tras las largas sesiones destinadas a las exclusivas?
Al levantar la tapa, dos gruesas ratas grises se lanzaron sobre ella. En todo el edificio retumbó un alarido desgarrador. Su corazón no resistió y en pocos minutos su rostro adquirió un  aspecto de decrepitud irreconocible.