Homenaje a Leopoldo Alas Clarín por Alejandro Alonso

Plegaria en 666 palabras

Los ruegos, suplicas, ceremonias y ritos a cualquiera de los cuasi infinitos seres divinos ha sido una constante en la vida y la historia del hombre y de la mujer, ya desde los inicios más lejanos de la vida hasta la imperfecta actualidad. No importar raza, color, tamaño o cualquier otro rasgo distintivo, es una constante que nos acompaña hasta el fin de los días. ¿Pero seguro que nos distinguimos, que somos tan distintos unos de otros? Ya sea una pequeña tribu en lo más oculto de la selva brasileña, o de la Papúa o una gran tribu de Egipto o New York o Bombay o de Italia, existe esa condición o naturaleza de creer en algo superior y divino que todo lo puede y que guía o ha de guiar nuestros pasos en la tierra, ¡cómo si no tuviéramos suficientes leyes terrenales de la viva naturaleza para que tenga que mediar lo divino! No somos pues tan distintos unos de otros. Tenemos brazos, ojos, piernas y un montón de órganos más que nos hacen pertenecer a esa rara especie llamada ser humano. Pero ahí no acaba la cosa, además de esos rasgos físicos y corporales incluso emocionales y morales que nos definen, nos diferencian y al mismo tiempo nos iguala y asemeja, banales todos ellos al fin y al cabo, tenemos la creencia o convicción de que existe uno o más seres superiores llamados dioses -en las religiones monoteístas se suple esa carencia de dioses con la existencia de santos y similares-. Y pese a ser tan iguales los unos de los otros, es ese opio del pueblo del que Marx habló, la mayor rémora que existe para el ser humano; la religión, en cualquiera de sus confesiones, ha sido, es y será, causa y causante de grandes desastres, guerras, salvajadas contra el propio ser humano, rituales, ceremonias, creencias y leyes absurdas basadas en miedos ancestrales e incomprensibles que en poco a nada han progresado con el paso de los tiempos. Pese a tener todas ellas ciertos lazos en común, son, las religiones, una fuente constante de confrontación, cosa que viene sucediendo desde que el mundo es mundo, con la capacidad y la alevosía de inmiscuirse en las políticas locales, nacionales e internacionales con sus verdades atemporales, retrogradas e intimidatorias. Repasando la historia podemos comprobar cómo la religión siempre ha ido acompañando a la vida, siendo brazo o pie en su largo caminar. No podemos dejar a un lado a los hermanos del otro lado del mundo o al vecino por el simple hecho de no procesar nuestra religión, no podemos enfrentarnos a ellos por esa nimiedad, no debemos dejar que nos supere una creencia frente al juicio de la bondad, de la generosidad. Y no hablo de ser clemente ni siquiera indulgente, hablo de ser humano, de ser tolerante, y de dejar aflorar el sentimiento de hermandad del que tanto hablan las religiones y nada practica. ¿Pero qué es la religión? ¿La del alma? ¿La de los mercados? ¿La política? ¿Cuál? ¿Cuál es la religión? ¿No son todas una religión? Así lo afirmo. Son todo lo mismo. El opio que nos lleva a recelar del vecino, a ponerle trabas, a guardar y atesorar nuestras preciadas posesiones materiales e inmateriales, a pisar y regocijarnos con el caído, a ver caer y hacer que caiga el prospero, el situado por encima. Eso somos, así vivimos, y en eso nos convierte la religión, somos “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre).
Ante tanto despropósito, tanto de una como de cualquier otra religión, propongo que elevemos nuestro canto mucho más allá de cualquier ser divino, creencia, fe o religión y apelemos a la razón y a la sabiduría, que nuestro paso por este planeta debería habernos dejado, para reaccionar con la inteligencia y con la bondad con la que hemos sido dotados, dejando a un lado cualquier interés personal y divino y aunemos ese canto para que el ser humano sea, al fin, humano.