Cuento histórico por Mar Cueto Aller


LOS CUADROS DE SOFONISBA ANGUISSOLA

Su Prestigio como pintora llegó a ser tan celebre que hasta el mismo Miguel Ángel reconoció su talento. Aunque fue su retrato del Duque de Alba el que la abrió las fronteras hacía la corte Española. Había quedado tan maravillado con el trazo, composición y colorido con el que la joven le había reflejado, que no pudo por menos que recomendarla a su majestad el rey Felipe II. Quién no tenía interés en aumentar el número de pintores en la corte. Pero pensó que sería una buena compañía para su joven esposa Isabel de Valois, quien a sus trece años había asumido el papel de reina de España. Dejando atrás su mundo infantil lleno de refinadas costumbres y de lujos desconocidos en su sequito. Sabía que la pequeña hacía esfuerzos por agradarle y por adaptarse al nuevo entorno, pero en su cara se reflejaba el desencanto y el aburrimiento que padecía. Era evidente que la corte española la precia mucho más lúgubre que la francesa donde se había criado.
Sofonisba, que tampoco se terminaba de adaptar al entorno palaciego tan lleno de envidias y de intrigas, encontró en Isabel la encantadora amiga que necesitaba.  Aunque se había llevado una pequeña decepción al ver que no la requerían como pintora real, sino como profesora de arte. Se consoló al ver que su alumna tenía aptitudes y la permitía seguir pintando libremente cuando no requería su presencia.
Al no disponer de modelos, en principio, se limitó a hacerse autorretratos. Y en sus horas libres intercalaba su afición a la lectura con sus ensayos como retratista. La primera vez que la reina acudió a su estudio y observó casi terminado uno de sus cuadros quedó maravillada.
-¡Sois vos! Mi querida Sofonisba. Es asombroso, parece realmente un espejo. ¿Querréis retratarme a mí?
-Mi querida majestad, Sería todo un honor. Pero, ¿Creéis que su majestad el rey aprobaría que os pintase yo, en lugar del maestro Alonso Sánchez Coello el pintor real?
-Me da lo mismo que él sea el pintor real. Quiero que me pintes tú. Y estoy segura que si yo lo deseo, el rey lo aprobará.
-En ese caso, será un placer. Estudiaré vuestros rasgos y trataré de hacer unos bocetos, para que me deis vuestro visto bueno y poséis lo antes posible.
-Veo que tenéis un libro sobre la mesa. ¿Acaso sabéis leer Sofonisba? Creía que ninguna de mis damas de honor tenía ese don. He oído decir, que está mal visto, en esta corte, que las mujeres sepamos leer ¿Quién os ha enseñado?
-Si, sé leer majestad, cuando falleció mi madre siendo yo muy pequeña. Mi padre decidió enseñarme a mí y a mis cinco hermanas igual que a mi único hermano Aníbal. Pensaba que no había razón para que las mujeres no tuviesen una vida plena y satisfactoria disfrutando de las artes y del conocimiento.
-Yo opino igual que vuestro padre-dijo la reina-y me alegra no ser la única mujer que acostumbra leer y escribir en este palacio. Mi niñera era una mujer muy sabia y me hizo descubrir el placer de leer y escribir desde que tengo uso de razón.
-¿Entonces conoceréis a Plinio, o Plutarco? este libro habla sobre ellos y sobre otros historiadores griegos y romanos. Es muy interesante, pero está escrito en Italiano. Tengo otro en mi habitación que está escrito en español, para mejorar mi idioma, que seguro que os gustará, es: “Los  siete libros de Diana” de Montemayor. Si lo deseáis, puedo dejároslo  Majestad.
-Si, me agradará leerlo. Yo por mi parte, puedo dejaros uno de Don Fray Luís de León que es un poeta y escritor muy bueno, Seguro que os agradará.
-Será un honor compartirlos e intercambiar impresiones.
La reina Isabel quedó muy satisfecha cuando vio los esbozos para su retrato. Más, cuando empezó a posar y a observar los resultados, no cesaba de alabar los progresos ante los demás nobles. Nadie imaginaba que una mujer pudiese pintar tan bien como un hombre y todos se quedaron con la boca abierta cuando observaron el sombroso parecido entre el óleo y el original.
-¡Oh, pero si parece un milagro!-Reconoció Doña Juana la hermana del rey-Ha pintado a la reina incluso más hermosa de lo que es. ¿Me haréis a mí el favor de retratarme también?
-Con mucho gusto. Cuando deseéis, estaré a vuestra disposición.
-Si, la figura del retrato es idéntica a la reina, pero en plena culminación de su belleza-expresó el príncipe Carlos-Sofonisba es fantástico. ¿Querréis hacerme otro retrato a mí?
-Me siento muy halagada, pero, me temo que no podría. Eso sería una tarea más digna del maestro Alonso Sánchez Coello ¿No lo creéis así?
-¡No, no  y no!-dijo el caprichoso príncipe Carlos-El no sabría ver lo mejor de mí como vos habéis hecho con nuestra hermosa reina Isabel.
-Pero él es el pintor principal de la corte. Solo él tiene el honor de poder pintaros querido príncipe Carlos.-Dijo temerosa de que insistiese, pues la parecía una ardua tarea y había oído hablar de la crueldad del príncipe hacía la servidumbre que no le satisfacía en sus servicios.
-Quiero que me pintéis vos. Y no admitiré que nadie intente disuadirme. Solo vos sabréis captar lo mejor de mí.
-Si tanto insistís pediré permiso a su majestad el rey, para hacerlo, pero me temo que antes tengo el compromiso de retratar a Doña Juana que me lo ha pedido primero. ¿No le negareis ese derecho a una venerable dama, verdad?
Para Sofonisba pintar a la hermana del rey no planteó ninguna dificultad, pues permanecía quieta sin ninguna queja y parecía no molestarle esa situación. Después de ella, posaron varias damas de la nobleza que manifestaron entusiasmadamente su deseo de ser retratadas. Sofonisba esperaba que el príncipe Carlos se olvidadse de su deseo de ser retratado por ella. Pero, no dejó de insistir hasta que no la quedó más remedio que estudiar el modo de complacerle. Resultaba muy difícil encontrar la forma y postura en que se le pudiese ver agraciado. Y sabía que si no lo conseguía su carrera como retratista en la corte estaría acabada. Tendría que limitarse a seguir pintando autorretratos y a dar clases a su majestad la reina. Tareas que no la disgustaban pero que tampoco la parecían tan gratificantes como el desafío de hacer retratos. Se armó de valor y empezó a diseñar la postura en que los defectos físicos del príncipe quedasen más disimulados. Para disimular que tenía un hombro más alto que el otro ideó pintarle de pié con una capa corta de terciopelo, con reborde de piel, que le daba un aspecto distinguido. Como también tenía una pierna de mayor longitud que la contraria, en lugar de retratarlo de frente prefirió situarle ladeado de forma que no se apercibiese. No optó por colocarle de lado para que no se notase la pequeña joroba que ya tenía, el joven príncipe, a tan corta edad. Lo que la resultó más difícil es el disimular su casi constante mueca de crueldad en sus labios, y de obstinación en la mirada. Aún así, lo consiguió al aconsejarle que se pusiese su elegante gorro y que procurase estar quieto, mirando hacía ella. Así logró un porte más altivo y disimular su pequeña estatura. El resultado fue impresionante. No solo él quedó satisfecho sino que hasta el rey Felipe II quiso ser retratado por la pintora.
-¡Lo sabía, lo sabía!-Exclamó lleno de júbilo el príncipe-Solo vos Sofonisba podrías pintarme tan bien como lo habéis hecho.
-Es excelente. Debemos felicitarla por el resultado tan admirable que ha logrado-dijo el rey-Mereceríais ser la pintora oficial de la corte.
-¡Una mujer!-exclamó ofendido el maestro Alonso Sánchez Coello-Eso sería inaudito. Un insulto para los pintores de la corte.
-No temáis-le tranquilizó el rey-Sofonisba seguro que prefiere ser dama de honor de la reina y seguir con sus clases de pintura ¿No es así?
-Dar clases a la reina es todo un honor y me alegra comprobar sus progresos.-Se limitó a contestar la pintora, aunque la parecía una tarea demasiado sencilla y que planteaba pocos retos y alicientes.
-Me alegra vuestra preferencia Sofonisba. Pero, espero que nos sigáis deleitando con vuestro don de retratista. Yo mismo posaré para vos en cuanto despache mis asuntos palaciegos. Como sabéis soy un rey muy ocupado, pero encontraré el momento, podéis estar segura.
-¡Cuanto honor! Espero saber ser merecedora de ello, su majestad.
-No temáis don Alonso-añadió el rey al pintor oficial de la corte, quien no podía disimular su enfado-Vos supervisareis la obra cuando esté finalizada y podréis firmarla.
Para mayor disgusto del maestro pintor Sánchez Coello, a los dos días, el rey se personó en el estudio de Sofonisba dispuesto a posar. Ella estaba sorprendida de que la eligiese para pintarle, llegó a creer que realmente el retrato de su hijo le había impresionado tanto como a los demás cortesanos. Solo se dio cuenta de las verdaderas intenciones del rey cuando empezó a hacerla preguntas sobre la reina y sus allegados. Ya que en realidad lo que le había movido a posar para ella era el informarse sobre los lazos que temía que uniesen a su esposa con su hermano Don Juan. Sabía que casi todas las damas de la corte suspiraban y se sentían atraídas por él, incluso muchas de las que ya poseían esposo, y temía que la reina Isabel también pudiese sucumbir a sus encantos. Su hermano tenía las virtudes de haber heredado la inteligencia y el carácter de su padre Carlos V y la belleza, encanto y apostura de su madre Bárbara Blomberg.
-He observado que Don Juan pasa mucho tiempo en compañía de vos y de la reina. ¿A qué se debe tanta confraternidad? ¿Sabríais el motivo?
-Ya sabéis majestad que Don Juan no es un hombre tan ocupado como vos. No se ve obligado a despachar tantas diligencias como sin duda vos debéis asumir. Y como es un hombre tan ameno y tan simpático, nos suele amenizar los paseos y las reuniones. Tanto, que sin él, no es tan grato pasear por los jardines de palacio, ni conversar en las veladas de los días lluviosos.
-¿No creéis que tanta familiaridad podría resultar sospechosa? ¿Por qué motivo pasa tanto tiempo en compañía de la reina?
-¡Oh, no! Nadie debería sospechar nada sobre vuestro hermano y su majestad la reina. No hay ningún motivo. O al menos, no más del que se podría tener del príncipe Carlos o del Duque de Parma Don Alejandro Farnesio. Ellos siempre nos suelen acompañar cuando Don Juan está presente. Amén de Doña Juana y demás damas de honor, que no suelen perderse ningún paseo, ni ninguna conversación.
-No sabéis cuanto me congratulan vuestras palabras, estimada Sofonisba, pero temo que me reclaman para algunos asuntos de estado. ¿Podríais seguir trabajando en el retrato sin mi presencia?
-Si, sin duda vuestra majestad, podría seguir dando forma al traje y a la composición. Y dejar los rasgos faciales para cuando vuestra majestad tenga a bien volver a posar. Sepa vuestra majestad que me alegra que mis palabras le hayan congratulado y espero que la pintura también lo consiga, Majestad.
A Sofonisba le parecía evidente que la reina en el fondo estaba enamorada de Don Juan. Pero, sabía que nunca se atrevería a engañar al rey por el respeto y temor que le tenía. Para ella la única preocupación imperante que la atormentaba era que el rey se cansase de su presencia y la pudiese repudiar. Por ello, solo hablaba de sus deseos de complacerle. Aunque se la alegraban los ojos cada vez que veía a su hermano y le escuchaba sin pestañear cuando contaba sus aventuras o sus opiniones. Por su parte, Don Juan también parecía sentir una alegría inmensa cuando veía a la reina, más allá de la pura cortesía. Pero también se notaba que por nada del mundo haría nada que pudiese perjudicar a su medio hermano, a quien le debía la buena posición de que disfrutaba en la corte y todo el poder que le había otorgado al dejarle al mando de su ejercito.
Aunque el maestro Alonso Sánchez Coello no estaba muy de acuerdo con incluirla entre los pintores de la corte, alegando que las mujeres no podían pintar tan bien como los hombres, tuvo que reconocer que su estilo resultaba muy interesante y cautivaba a todos los miembros de la nobleza. Solo se sintió amenazado cuando comprobó que el rey estaba posando para ella, a quien había elegido para que le retratase, sin tener en cuenta que ese privilegio le correspondía a él. Por ese motivo, en cierta ocasión en que fue a su estudio a observar sus pinturas y oyó como algunas damas y personajes de la corte la elogiaban tuvo un arrebato de ira. Trató de indisponerla con los representantes de la iglesia y de la santa inquisición entre los que estaba presente el confesor de Felipe II Fray José de Sigüenza.
-¡Qué hermoso es vuestro autorretrato Sopfonisba! Y que hermosa representación de la virgen con el niño se os ve en él pintando. Vuestra pintura no parece de este mundo es tan perfecta que parece pintada por un ser celestial.
-¡Veo que también osáis leer libros que no son de salmos ni misales!-Dijo el pintor de la corte a Sofonisba movido por los celos y añadió al religioso que tenia más cerca- ¿No creéis Fray José que habría que investigar a ver si tenemos ante nosotros un caso de brujería?
-¿Cómo podéis pensar eso maestro Alonso? ¿Creéis que dios permitiría que una bruja pintase a la virgen con  el niño?-Dijo el confesor del rey ofendido.
-¿Pero, no oís como dicen que sus pinturas parecen de otro mundo? Y siendo mujer lee libros no religiosos…
-¡Querido maestro!-le cortó Sofonisba-Sin duda vos también leeréis libros laicos como todo ser que desee ampliar su cultura y ya que estáis considerado el mejor pintor de la corte… ¿No creéis que a vos os podrían acusar de brujería con mayor razón?
Las palabras de Sofonisba alegando que el maestro Alonso Sçanchez Coello estaba mejor considerado que ella en la corte, le llenaron de orgullo y le disuadieron de volver a querer indisponerla con la iglesia y los miembros del tribunal de la inquisición. Desde ese momento creció su consideración hacía ella y hasta se permitió copiarle alguna de sus pinturas o de las poses que ella solía elegir para sus retratos. Seguía sintiendo cierta envidia por la facilidad con que ella solía captar lo más bello y significativo de las personas, pero cuando los firmaba sentía cierta satisfacción, a modo de venganza, como si fuese él mismo quien los hubiese pintado. A Sofonisba no la importaba nada, pues la bastaba con ser ella la que sintiese el verdadero placer de ser la autora.
Cuando Isabel de Valois estaba a punto de fallecer, al dar a luz a su tercer hijo, la hizo prometer que no se iría de la corte y cuidaría de sus dos hijas hasta que fuesen un poco más mayores. Sofonisba la dio su palabra y la cumplió hasta que el rey que estaba agradecido porque siempre había sabido encontrar las palabras adecuadas para calmar sus celos hacía su esposa, creyendo que la hacía un favor, la concertó un matrimonio y la concedió una dote. En principio no la entusiasmaba la idea de casarse pese a que había cumplido los treinta años, pero cuando conoció a Don Francisco de Moncada hijo del príncipe de Palermo, virrey de Sicilia y vio que era una buena persona se alegró de no haberse atrevido a contradecir al rey. Quién la permitió seguir pintando sin ponerla objeciones y volver a visitar la corte española. Luego se instalaron en Palermo donde falleció su esposo en 1579.
A sus cincuenta años, mientras hacía un viaje en barco conoció al joven capitán Don Orazio Lomelino, de quién se enamoró apasionadamente y contrariamente a las costumbres de aquella época decidieron casarse. A Sofonisba le cautivaron sus interesantes historias, su simpatía y su encantadora consideración y amabilidad. Y a él le fascinó su talento como pintora, su facilidad para captar la belleza y su aprecio por las cosas agradables de la vida. Aunque tuvieron que luchar contra la oposición de la familia de Sofonisba, la de su anterior marido y la de la mayoría de la sociedad que les rodeaba, nadie consiguió disuadirlos.
-¿Cómo vas a casarte con alguien que es de rango inferior?-Le preguntaba su hermano Aníbal-¿No te das cuenta que solo te quiere para mejorar de clase social y que se buscará otra mujer más joven en cuanto se haya cansado de tí?
-No, él no es así-contestó Sofonisba-A él no le importa eso. El me quiere por mí misma. Estamos enamorados ¿No lo entiendes?
-¡No, no lo entiendo! Eso del amor y de los enamoramientos son cosas de novelas de gestas y juglares. Nadie hace caso de enamoramientos en la vida real, todas las personas se casan con quien es más conveniente para su condición. Siempre se ha hecho así.
-Pues nosotros haremos como los juglares. Nada, ni nadie, podrán separarnos. Te guste o nó, es nuestra vida y nosotros la hemos decidido vivir juntos.
Contra todo pronostico, el segundo matrimonio de Sofonisba fue muy feliz y duradero. Se casaron en Génova y allí tuvo su estudio donde pudo pintar libremente. Disfrutó de una renta vitalicia que le concedió el rey Felipe II y después de fallecer él y su hija Catalina Micaela que se había casado con el Duque de Saboya y murió al dar a luz a su último hijo. Su hermana la infanta Isabel Clara Eugenia antes de dirigirse a los países bajos, donde reinó con su marido el archiduque Alberto de Austria, la visitó en Palermo cuando tenía la edad de ochenta y tres años. Sofonisba que todavía seguía pintando les inmortalizó, agradecida por la visita, con un retrato de bodas. Cuando recordaba todos los cuadros que había pintado en la corte española se preguntaba si la seguirían recordando como la autora, recordaba que la mayoría no tenían firma y que muchos de ellos tenían la del maestro Alonso Sánchez Coello que era el considerado pintor principal de la corte. Tenía sus dudas al respecto, pues aunque sabía que habían deslumbrado a los cortesanos y que el rey siempre la apreció, también era consciente que allí no se valoraba mucho lo que hacían las mujeres y trataban de ocultar sus habilidades.
Su fama y su prestigio como pintora fue bastante notable en su entorno, e incluso traspasó algunas fronteras y hasta el pintor Antón van Dyck la visitó en su vejez, a los noventa y un años, admirado por su estilo y sus composiciones. La hizo varios retratos y comentó lo lúcida que le había parecido y lo mucho que había aprendido de sus enseñanzas.
-La vida está llena de sorpresas, intento capturar esos preciosos momentos con los ojos muy abiertos-Comentó Sofonisba.
Su esposo a quien nunca le llegó a importar ni su edad ni la opinión de los demás. La acompañó hasta su muerte a los noventa y tres años, animándola a que siguiese pintando. Siete años después de su muerte, cuando sería el centenario de su nacimiento, su viudo que la seguía recordando con admiración y cariño colocó una inscripción en su tumba que decía: A  Sofonisba, mi mujer…quien es recordada entre las mujeres ilustres del mundo, destacó pintando retratos…Orazio Lomellino, apenado por la pérdida de su gran amor, 1632, dedica este pequeño tributo a tan gran mujer.


Mar Cueto Aller


P.D.: Todos los datos y personajes que rodean a Sofonisba son verídicos y están registrados por varios historiadores. Recientemente se la ha reconocido la autoría de muchas de sus obras que habían sido atribuidas a pintores como el Greco, Murillo, Sánchez Coello, Zurbarán, Moro, Pantoja de la Cruz, Tiziano  y Bronzino.