Cuento de terror por José Julio Cueto Lozano
GANADOR DEL "CONCURSO DE RELATOS DE TERROR"
DE AMIGOS ESCRITORES
AÑO 2012
Cuento de terror- Esta es la declaración del Sr. Brandon, padre del acusado, en el Hospital Saint Catherine, habitación 212. Acomódese. ¿Quiere un vaso de agua?
- Estoy bien, muchacho. Es que, no sé ni cómo empezar.
- Empezaremos por las preguntas de rigor. ¿Qué es lo que opina de la acusación por la investigación ilegal del laboratorio de su hijo, uno de los involucrados en el caso Elisabeth? Usted cree que es inocente, ¿no es cierto?
El anciano paciente retiró sus
ojos azules hacia su regazo. Echado sobre la camilla revolvía un pañuelo con
las manos. Al cabo de unos segundos alzó los ojos llorosos. Había un temor
inconfundible en su mirada y habló como si hubiese tomado la decisión más
difícil de su vida.
- Sr. Foster, lo que le voy a contar quizá no es lo que quiere oír. Quizá le parezcan las demencias de una mente senil. Si en algún momento quiere interrumpir la entrevista, dígamelo y me callaré. Seguramente no sea la entrevista que había imaginado y le sorprenda todo lo que voy a decir. – El chico asintió como si aquello se lo dijesen cada vez que ponía su grabadora frente a alguien. También actuaba como quien quiere aparentar profesionalidad y experiencia, algo típico en los jóvenes. – Esta es mi historia y quiero que la recoja en su documentación porque, aunque le parezca extraña al principio, es la verdad detrás del caso Elisabeth. – El periodista frunció el ceño, no obstante, se mantuvo en silencio.
» Esa
pobre chiquilla y su hijo no es la única que ha sufrido los horrores que hemos
visto estos días por la televisión. Esto ya ha pasado antes. Hace mucho tiempo
que existen estos experimentos de los cuales reconozco que mi hijo ha sido
partícipe y máximo coordinador y director. Así es, Sr. Foster, le sorprenderá
la confesión, pero sé que mi hijo Mat es el que ha orquestado toda la
investigación y quien ha usado el nombre de la empresa y sus laboratorios para
su uso personal y no autorizado. No se sorprenderá de que acuse a mi propio
hijo después de oír la historia que le voy a contar. Al fin tengo las agallas de
contar esto al mundo, es horrible que haya tenido que esperar y vivir tanto
tiempo con el miedo y la vergüenza. Pero hoy voy a contárselo todo, ya no me
queda nada que perder, después de lo que le ha pasado a mi mujer...
El anciano comenzó a explicar la historia
al periodista como nunca la había contado a nadie salvo a si mismo, una y otra
vez; imaginándose revelando aquella terrible verdad y remediando todos aquellos
años de impotencia. Recordaba dónde empezó todo…
“Era un soldado más en una guerra
horrible y absurda. Fui asignado a una división médica antes de acabar en una
sección especial dedicada a la investigación médica en el campo de guerra,
lógicamente encubierta por el gobierno. Usted no imagina las atrocidades que he
visto. Cuando en la guerra todo es más oscuro y aterrador, en la ciencia todo
se vuelve alquímico y excesivamente imprudente y peligroso. Había un científico
militar al mando: Calígula, lo llamábamos por su inquebrantable autoridad y
mandato. Era un hombre terrible, un ser sin escrúpulos y excesivamente
maquiavélico. Su ley era el miedo y su forma de actuar dictatorial hacía de él
el perfecto e incuestionable jefe con reconocimiento incluso frente al resto
del ejército.
Nadie se atrevía a cuestionarle o
desobedecerle, aunque los soldados en guerra tampoco solíamos pecar de ello. He
visto innumerables atrocidades. Experimentos que no dejarían indiferente a
nadie. Experimentos con gente, sí, con humanos; gente del enemigo e incluso, en
ocasiones, nuestros propios soldados convalecientes. Yo he tenido que ver cómo
amigos míos no regresaban a casa con sus familias por los planes del
inexpugnable Calígula.
Lo más aterrador fue cuando me
destinaron a un campo donde, al igual que en el caso Elisabeth, Calígula
comenzó a trabajar con “pacientes” embarazadas. Varias mujeres como Elisabeth
desaparecieron de sus hogares, secuestradas después de quedar embarazadas.
Claro, durante la guerra aquello resulta menos mediático, pero hubo muchos
casos como el de Elisabeth sin resolver. Muchas mujeres secuestradas o
desaparecidas que acababan en nuestras manos, en laboratorios de cuestionable
legalidad y pésimas condiciones de vida.
Allí fue donde conocí más
profundamente al monstruo que llamábamos como si fuese un emperador romano,
pero no era más que un demonio. Hacía pruebas y extraía muestras de las
embarazadas. Trabajaban y confeccionaban ciertas drogas. Provocaban
malformaciones en los fetos, ronchas y supuraciones en la piel de las mujeres,
enfermedades extrañas… Alguna vez tuve que mutilar a más de una pobre criatura
para que las infecciones que derivaban del programa experimental no acabasen
con su vida.
También nos hacían pruebas a los
soldados, tanto administrativos, como vigilantes como médicos. Nos usaban para
experimentos que apenas puedo nombrar o recordar. Imagínese las cosas que nos
obligaron a hacer a esas mujeres. Algunos de mis compañeros contrajeron
enfermedades vía sexual que se descubrieron años más tarde. Recuerdo la primera
vez que Calígula me mandó llamar a mí. Yo era casi como su mano derecha y
pensaba que estaba fuera de aquellos experimentos que hacía con mis compañeros,
pero me equivocaba. Un día comenzó a hacerme pruebas.
Recuerdo claramente mi primer
examen físico. Sus manos frías rozando mi cuerpo y la fuerza con que aferró mi
miembro cerrándome la boca y amarrándome. Aquel masaje infernal, interminable,
horrible. Tenía un banco de esperma con el que perpetuaba sus experimentos
grotescos inseminando a esas mujeres… No quiero detenerme más en este asunto.
Fueron los peores casi dos años de mi vida.”
- Perdone, voy a cambiar la cinta. – Cambiaba la cinta como quien atesora sus ahorros en secreto. No tardó mucho tiempo. - Es increíble que pasaran esas cosas. Espere un segundo…- El joven abrió la ventana. Empezaba a tener un calor extraño y a sentir una especie de claustrofobia - No le molesta, ¿verdad?- El anciano asintió. Como periodista no sabía si creer toda aquella historia, pero aquel hombre hablaba desde el corazón. Hablaba de algo más grande que un simple caso aislado. Aquello era mucho más grande de lo que había imaginado. Quizá el empuje que necesitaba para alzarse como un gran periodista. Los nervios le embargaron y cuando volvió a calcar el botón de grabar observó al anciano con curiosidad. – Puede continuar Sr. Brandon. ¿Qué tiene todo esto que ver con su hijo?
- Pues mucho, aunque no lo parezca…
“Antes de volver de aquella
maldita guerra hubo un par de situaciones extrañas con aquel monstruo. Después
de aquel repugnante suceso me miraba atentamente con aquella cara ojerosa y
cruel. Un día llegó a decirme que quería un hijo mío, mientras inseminaba a una
de aquellas pobres mujeres. La sola idea de que aquel semen era el mío propio
me asqueó profundamente, pero el miedo me paralizaba y nunca llegué a mostrar
mis sentimientos delante de aquel hombre inmundo.”
El silencio se hizo en la
habitación. El muchacho, absorto con aquel relato esperaba pacientemente
sujetando en alto la grabadora hasta que acabase el mutis.
“Cuando volví de allí tuve muchos
problemas para recobrarme de aquella horrible experiencia. Nunca volví a ver a
aquel monstruo, pero estaba siempre en mis pensamientos. Soñaba con él
despierto, me visitaba en los espejos e incluso sentía sus manos tocándome. No
soportaba desnudarme o tomar alimentos o bebidas blancas como la leche. Sufrí y
sufro una serie de traumas.
Conocer a mi mujer fue lo que me
salvó en cierta medida. Ella me ayudaba a dejar de recordar, aguantó mis manías
y espero pacientemente hasta que soporté la idea de ser tocado por otra
persona. En sentido sexual, si usted me entiende- el chaval sonrió-. En cuanto
pude tener relaciones ambos deseamos fervientemente un hijo. Pero ella empezó a
enfermar.
Un día me desperté en medio de la
noche. Ella susurraba en la ventana. La encontré con la mirada perdida, con
ojeras, congelada y frotándose la barriga. La situación me aterró y me puse
histérico. Mientras yo alzaba la voz ella alzaba la suya. Hablaba en un idioma
desconocido y horrible, recuerdo que me comenzaron a doler los oídos en cuanto
sus murmullos pasaron a ser gritos. La golpeé frenéticamente. Me recordaba
tanto a aquellos días en la guerra que sin pensar descargué toda mi rabia
contra ella.
Cuando me quise dar cuenta ella me
pedía que parase. Había estallado en llanto. Ahora no tenía ojeras, su cuerpo
se había calentado, quizá por los golpes, pensaba. Al día siguiente ella no
recordaba estar en la ventana. Sólo haberse despertado por los golpes fuera de
la cama. Aquello constituyó un grave momento de crisis en nuestro matrimonio.
Sin embargo, ella fue comprensiva y, aunque nunca me creyó, superamos aquella
disputa.
Las próximas veces que la encontré
en trance las sufrí en silencio. Estaba aterrorizado y mi psicólogo me subió la
dosis y me recetó nuevos medicamentos. Achacaba aquellas situaciones a mis
traumas y las consideré delirios. Mi mujer se puso también más enferma cada
día, no sabían por qué, lo achacaban al estrés por mi situación.
Un día, cuando volví del trabajo
ella estaba en la cama. Había estado convaleciente y dormía. Después de tomar
una cena rápida yo también me acosté. De pronto, sus ojos se abrieron
desmesuradamente, ¡las ojeras habían vuelto a aparecer! – El anciano se
sobresaltaba como si la estuviese mirando en aquel momento. Su semblante
marcado por el terror inquietó al chico que lo miraba anonadado. - Yo me asusté
mucho, pero al segundo ella me estaba besando pasionalmente. Eso no me
tranquilizó, pero me subió la libido abruptamente. Ella me acariciaba fuerte y
desesperadamente. Cuando introdujo su mano en mi entrepierna me asaltó súbitamente
la imagen de Calígula humillándome, tocándome. Me tomó con una fuerza que nunca
había tenido. Acariciaba mi miembro y lo lamía con inusitada lascivia hasta que
se lo introdujo casi como un golpe en la vagina. Saltaba sobre mí, poseída. Yo
no podía sacarme mi pesadilla de la cabeza sintiéndome violado. ¡Violado por tu
propia mujer!... Cualquiera diría que soy un demente por decir estas
barbaridades… - El periodista abrió la boca como si quisiera hablar. El anciano
levantó la mano en gesto de que esperase. Luego prosiguió:-
A partir de aquella noche ambos
sufrimos una mejora inefable. Mi mujer se quedó embarazada y su salud pasó a
ser de hierro y, aunque mi cabeza seguía jugándome malas pasadas, yo volví a la
normalidad al cabo de un tiempo.
Mi hijo… nació con algunos
problemas. Tenía algunos trastornos de personalidad, hiperactividad y otros
dilemas desde muy pequeñito. A los pocos años le salieron aquellas ojeras… En
cuanto fue un poco mayor empezó a desarrollar una autoridad imposible en un
niño. Todos sus compañeros le hacían caso. Muchos niños le tenían miedo.
Luego empezó a interesarse por la
medicina y para cuando empecé a ver las atrocidades que hacía, ya era tarde. Yo
también empecé a tenerle miedo. Nos amenazaba a mi mujer y a mí en cuanto le
reñíamos. Pronto las amenazas se hicieron realidad y acabamos aterrorizados,
impotentes. Nuestro propio hijo nos controló, nos subyugó en cierta medida.
Esquivaba como nadie a las autoridades. Sus fechorías no tenían fin. Nadie pudo
detenerle. Nadie puede detenerle. Él es el mismo demonio. Puedo notarlo cada
vez que lo veo. ¡Es el demonio, muchacho, en serio se lo digo!”
El chico tragaba saliva. Le dio un
vaso de agua para que se tranquilizase y comenzó a cuestionar la historia, pero
el hombrecillo aquel estaba completamente convencido, tenía miedo y ese miedo
traspasaba también al periodista por momentos.
- Pero, señor, con todo el respeto, ¿usted cree que realmente es un demonio?
- El demonio más auténtico que existe. – Contestó con resignación, como quien confiesa contra su voluntad un secreto sagrado. - Pasa inadvertido, controla a las personas y comete asesinatos a su antojo. Juega con la ciencia, siempre de manera empírica y maligna. Le diré una cosa, Calígula era bastante viejo e investigaba cómo traspasar al demonio en aquella guerra, investigaba cómo sobrevivir entre nosotros los humanos y acabó descubriendo la reencarnación a través de mi propia progenie. ¡Qué iba a saber yo que algo tan horrible fuese posible! Me eligió a mí. ¿Por qué a mí? Yo también me hice estas preguntas más de una vez, muchacho, pero la inevitable conclusión es que estoy maldito y pronto moriré…
»
Recientemente, descubrí que a mi mujer le habían administrado ciertas drogas
antes del embarazo. – Prosiguió después de un silencio aterrador. - Los médicos
que nos habían atendido cuando tuvimos al niño eran amigos y gente al servicio
de aquel militar loco… ¿Es coincidencia? ¿Es coincidencia que encontrase la
muerte justo después de la gestación de nuestro hijo Matthew?…”
El chico escuchaba con mucha
atención. Su cara ya no era de interés, sino que empezaba a inquietarse. El
miedo subía por su columna vertebral y le ponía los pelos de punta. Aquella
historia, aquel hombre le inspiraban terror.
- Tengo una serie de documentos y pruebas…
Entonces la puerta se abrió de un
golpazo y el demonio irrumpió en la habitación. Observó al anciano con rabia,
asqueado; después dirigió su mirada al periodista y la grabadora que sostenía
en las manos. El joven lo miró asombrado, tenía el semblante rojo de ira, los
ojos desorbitados, alrededor de su boca, de sus ojos y los orificios de su
nariz la piel adquiría un tono negruzco y el resto del cutis era enfermizamente
blanco. Del bolso interior de su abrigo sacó una jeringuilla que alzó contra el
muchacho recitando recias palabras en un idioma ininteligible, demoníaco, el
lenguaje satánico del que el anciano había hablado. No podía moverse. Temblaba
de pies a cabeza y miraba a los ojos del asesino que había salido por
televisión. Antes de que pudiese reaccionar sintió como le atravesaba la piel
la jeringuilla, justo en el cuello. Sus manos se alzaron para agarrar a aquel
hombre demoníaco. Sentía un terror inconmensurable que dolía en el alma. Pero
pronto aquel miedo se convirtió en sólo dolor, el dolor en indiferencia y la
indiferencia en la muerte.
Todo acabó pronto para el joven
que se aferraba con fuerza a la máquina con la declaración más horrible de su
vida. Una declaración mortal que dormiría en sus manos para siempre.
- Mateo… Esa jeringuilla… era para mí, ¿verdad?
José Cueto